domingo, 26 de abril de 2015

LOS JUGUETES ORDENADOS

Erase una vez un niño que cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vio que estaba llena de juguetes, cuentos, libros, lápices... todos perfectamente ordenados. 

Ese día jugó todo lo que quiso, pero se acostó sin haberlos recogido.
Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados y en sus sitios correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su habitación, aunque el niño no le dio importancia.
Y ocurrió lo mismo ese día y al otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a coger el primer juguete, éste saltó de su alcance y dijo "¡No quiero jugar contigo!". 


El niño creía estar alucinado, pero pasó lo mismo con cada juguete que intentó tocar, hasta que finalmente uno de los juguetes, un viejo osito de peluche, dijo: "¿Por qué te sorprende que no queramos jugar contigo? Siempre nos dejas muy lejos de nuestro sitio especial, que es donde estamos más cómodos y más a gustito ¿sabes lo difícil que es para los libros subir a las estanterías, o para los lápices saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea de lo incómodo y frío que es el suelo! No jugaremos contigo hasta que prometas dejarnos en nuestras casitas antes de dormir"

El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había estado una vez que se quedó dormido en una silla. Entonces se dio cuenta de lo mal que había tratado a sus amigos los juguetes, así que les pidió perdón y desde aquel día siempre acostó a sus juguetes en sus sitios favoritos antes de dormir.

Pedro Pablo Sacristán













domingo, 19 de abril de 2015

EL CONEJITO GENEROSO

Hubo una vez en un lugar una época de muchísima sequía y hambre para los animales. Un conejito muy pobre caminaba triste por el campo cuando se le apareció un mago que le entregó un saco con varias ramitas, y le dijo: "Son mágicas, y serán aún más mágicas si sabes usarlas".
El conejito se moría de hambre, pero decidió no morder las ramitas pensando en darles buen uso.
Al volver a casa, encontró una oveja muy viejita y pobre que casi no podía caminar, la oveja le dijo: "Dame algo, por favor". El conejito no tenía nada salvo las ramitas, pero como eran mágicas temía dárselas. Sin embargó, recordó como sus padres le enseñaron desde pequeño a compartirlo todo, así que sacó una ramita del saco y se la dió a la oveja. Al instante, la rama brilló con mil colores, mostrando su magia. 
El conejito siguió triste y contento a la vez, pensando que había dejado escapar una ramita mágica, pero que la ovejita la necesitaba más que él. Lo mismo le ocurrió con un pato ciego y un gallo cojo, de forma que al llegar a su casa sólo le quedaba una de las ramitas.
Al llegar a casa, le contó la historia y su encuentro con el mago a sus papás, los papás se pusieron muy contentos por su comportamiento y ayudar a los demás. 
El conejito decidió sacar la última ramita que le quedaba pero justo entonces  llegó su hermanito pequeño, llorando porque tenía hambre y no tenía nada para comer, entonces el conejito le dio la última ramita a su hermano. 
En ese momento apareció el mago, y preguntó al conejito: ¿Dónde están las ramitas mágicas que te entregué? ¿qué es lo que has hecho con ellas? El conejito se asustó y comenzó a llorar, pero el mago le cortó diciendo: ¿No te dije que si las usabas bien serían más mágicas?. ¡Pues sal fuera y mira lo que has hecho!
Y el conejito salió temblando de su casa para descubrir que a partir de sus ramitas, ¡¡todos los campos de alrededor se habían convertido en una maravillosa granja llena de agua y comida para todos los animales!!

Y el conejito se sintió muy contento por haber compartido lo que tenía con los demás y haberlos ayudado, y porque la magia de su generosidad hubiera devuelto la alegría a todos.

Pedro Pablo Sacristán

domingo, 12 de abril de 2015

Comenzamos con el cuento de Pulgarcito.




PULGARCITO


Una vez hubo un campesino muy pobre que se encontraba frente al fuego mientras su esposa hilaba. Ambos sentían pena por no haber tenido hijos, ya que el silencio que había a su alrededor los entristecía.

La mujer dijo que se conformaría incluso con un hijo pequeño, que no fuese más grande que un pulgar. Días después la mujer enfermó, y al cabo de siete meses dio a luz un niño tan pequeño como un pulgar.

El matrimonio, contento, pensó en llamar al niño Pulgarcito. Por mucho que comía y pasaba el tiempo, el niño no crecía nada, pero por el contrario se trataba de un niño listo y muy hábil que conseguía hacer todo lo que se proponía.

Un día el padre se fue al bosque a cortar leña, y pensó que necesitaba a alguien que le llevase el carro. Pulgarcito se ofreció a hacerlo. Al padre le entró la risa debido a que era demasiado pequeño para llevar las bridas del caballo.

Pulgarcito se acercó a la oreja del caballo y le fue diciendo por dónde tenía que ir. Al rato encontraron a dos forasteros que se sorprendieron de ver al caballo moverse sin nadie que lo guiase. Decidieron seguir al carro hasta que llegó al lugar en el que se encontraba el padre.

Cuando vieron a Pulgarcito pensaron que podían conseguir una gran cantidad de dinero por enseñarlo. Se acercaron al padre le dijeron que se lo compraban. El padre se negó, pero Pulgarcito le dijo que lo vendiese y que él ya sabría cómo regresar.

Durante el camino, Pulgarcito se escondió en una madriguera de forma que los hombres no pudiesen cogerlo. Al final se rindieron y se marcharon. En su vuelta a casa encontró una caracola donde decidió quedarse a dormir. Al rato dos hombres pasaron barajando la posibilidad de robar al cura su oro y su plata. Pulgarcito se ofreció a ayudarles.

Al llegar, Pulgarcito entró en la casa y comenzó a gritar preguntando que qué querían que les sacase. Al final la cocinera se despertó y los ladrones huyeron. Pulgarcito se escondió y al final la mujer pensó que lo había soñado.

Pulgarcito decidió quedarse a dormir sobre la paja, pero al día siguiente, la cocinera fue a dar de comer a las vacas y Pulgarcito acabó en el estómago de una de ellas. Al verse en esta tesitura, Pulgarcito empezó a pedir ayuda, y la mujer pensó que la vaca hablaba. El cura acudió y ordenó matar a la vaca porque creía que era obra del diablo.

Pulgarcito que estaba todavía en el estómago de la vaca fue tragado de nuevo, pero esta vez por un lobo. Pulgarcito le ofreció al lobo decirle dónde podría encontrar buena comida a cambio de la libertad. El lobo le escuchó y se pegó un buen festín. Al querer salir había engordado tanto que ya no podía pasar por la puerta. Entonces Pulgarcito empezó a gritar hasta que despertó a los padres.

Los padres mataron al lobo y sacaron a Pulgarcito, con lo que de nuevo toda la familia volvió a estar junta.