Erase una vez un niño que
cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vio que estaba llena de
juguetes, cuentos, libros, lápices... todos perfectamente ordenados.
Ese día jugó todo lo que quiso, pero
se acostó sin haberlos recogido.
Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados y en sus sitios correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su habitación, aunque el niño no le dio importancia.
Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados y en sus sitios correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su habitación, aunque el niño no le dio importancia.
Y ocurrió lo mismo ese día
y al otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a coger el primer juguete,
éste saltó de su alcance y dijo "¡No quiero jugar contigo!".
El niño creía estar alucinado, pero
pasó lo mismo con cada juguete que intentó tocar, hasta que finalmente uno de
los juguetes, un viejo osito de peluche, dijo: "¿Por
qué te sorprende que no queramos jugar contigo? Siempre nos dejas muy lejos de
nuestro sitio especial, que es donde estamos más cómodos y más a gustito ¿sabes
lo difícil que es para los libros subir a las estanterías, o para los lápices
saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea de lo incómodo y frío que es el suelo! No
jugaremos contigo hasta que prometas dejarnos en nuestras casitas antes de
dormir"
El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había estado una vez que se quedó dormido en una silla. Entonces se dio cuenta de lo mal que había tratado a sus amigos los juguetes, así que les pidió perdón y desde aquel día siempre acostó a sus juguetes en sus sitios favoritos antes de dormir.
Pedro Pablo Sacristán